Escrito para la revista Juventudes Ya de Jóvenes Iberoamericanos
El pasado 12 de agosto se conmemoró El Día Internacional de la Juventud y yo, como mujer joven afrodescendiente, tengo poco para celebrar y mucho para denunciar. El año 2020 sin lugar a duda será altamente recordado en la historia de la humanidad por la llegada sorpresiva del COVID-19. Nos ha traído enfermedades nuevas, incertidumbre, desempleo y muchas muertes que lamentar. También nos trajo una gran revolución a nivel mundial en campañas de concienciación sobre el racismo y la discriminación que existe actualmente hacia la comunidad afrodescendiente producto de lo sucedido en los Estados Unidos con George Floyd y Breonna Taylor.
Parecía, como en toda revolución, cambio o tragedia que la humanidad prestaría más atención a las realidades que enfrentan la mayoría de las poblaciones afrodescendientes en cada una de sus regiones. A veces nos catalogan a los activistas por ser demasiado críticos, cuando ocurren estos “despertares” de las personas privilegiadas. ¿Por qué? Porque no somos ilusos y la historia siempre juega un papel importante en nuestra defensa.
¡Y vaya que se ha repetido!
Sólo tuvieron que pasar dos meses para que nuestros jóvenes volvieran a ser víctimas del virus que nos viene atacando por más de quinientos años: el racismo. Y no cualquier racismo, uno silencioso, peligroso y difícil que personas que no forman parte de las minorías sociales pueda detectar. Es el racismo sistémico.
A nivel latinoamericano, pareciera que tuviéramos que acostumbrarnos a las muertes de nuestras juventudes. En Panamá, el 17 de julio, siete jóvenes afrodescendientes que rondaban los 17 y 18 años fueron asesinados en un búnker abandonado en la provincia de Colón. Recuerdo la conmoción que hubo sobre el tema a nivel nacional, pero no faltaron los comentarios en redes sociales, las palabras crueles que indicaban que deberíamos estar acostumbrados a estos horrores en una provincia que no tiene solución. Hago la aclaración que Colón es una provincia mayormente afro que enfrenta grandes problemas de gentrificación y desigualdad social producto del racismo sistémico o estructural.
¡Ah! Tampoco faltaron los memes en los que comparaban a los colonenses con la mano de un mono. Definitivamente tenemos un grave problema como sociedad.
¿Y en otros países? Al día siguiente, el 18 de julio, nuestros hermanos garífunas fueron víctimas de otro rapto. Líderes de la comunidad fueron secuestradas de sus hogares por hombres armados que vestían uniformes de policía nacional y chalecos con el símbolo del departamento de Investigaciones Policiales.
Por supuesto, no puedo dejar de hablar del caso ocurrido en Colombia, similar a lo ocurrido en Panamá. Un día antes a la conmemoración del día de juventudes, cinco jóvenes afrocolombianos fueron brutalmente torturados y asesinados. Y créanme que la historia se repitió… Criticaron a los caleños y al resto de los departamentos donde existen poblaciones altamente afrodescendientes.
¿Acaso no tenemos derecho al duelo? ¿Ya se olvidaron del #BlackLivesMatter? ¿Nuestros jóvenes no tienen derecho a salir tranquilamente con sus amigos al mar o a volar cometas? ¿Acaso no tenemos derecho a la vida?
Hoy todos lloramos por las muertes que están ocurriendo a circunstancia de un virus que nos ha cambiado la normalidad. Nos gustaría que también se llorara y se exigieran cambios en la sociedad por todos aquellos que han perdido la oportunidad de ser entes de cambio en su localidad a consecuencia del racismo.
La guerra contra la negritud y la afrodescendencia es global y nosotros, nosotras y nosotres; no hemos dejado de pelearla. Seguimos siendo fuertes y resistentes, pero ojalá llegara el día en que pudiéramos dejar de serlo.
¡Justicia para nuestros jóvenes, justicia para mi gente negra!